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En el mundo indígena americano, la ingesta de ciertas plantas en contextos de ceremonias dirigidas por chamanes [1] y con estrictos fines medicinales, produce estados ampliados de consciencia que permiten tanto al chamán como al paciente encarar juntos el proceso de curación. Son las llamadas plantas sagradas. Las más conocidas son la ayahuasca; el cebil; el san pedro o wachuma; el toé o floripondio; el chamico; el canelo; la epena y la coca (Sudamérica); el peyote y los hongos psilocibios (Norteamérica y Mesoamérica) y el tabaco (en todo el continente). [2] Estas plantas, cuyo uso es de una antigüedad milenaria, se distinguen de las otras plantas medicinales porque permiten alcanzar aquellos estados que permiten el viaje a otros planos y/o dimensiones de la realidad, ese mundo invisible que está poblado por espíritus, seres, entidades y fenómenos que están más allá de la realidad ordinaria. Es que la idea de realidad que da sustento a las cosmovisiones de los pueblos indígenas, es más compleja y múltiple que aquella en la que nosotros, occidentales, fuimos enseñados y acostumbrados a entender como la única posible. La ingesta ceremonial y ritual de estos vegetales posibilita tanto al chamán como al paciente tomar contacto con el mundo invisible y los seres y situaciones que en él habitan; en el caso particular del chamán se agrega la capacidad para viajar por esos mundos y tomar de ellos los poderes, la información y las claves que necesitará – una vez de regreso- en el proceso de diagnóstico y curación de la enfermedad. Una de las máximas habilidades del chamán es precisamente la de regresar, porque no sólo es importante transitar por las otras realidades, sino el saber regresar desde ellas a este mundo. El descubrimiento de estas poderosas plantas por parte de Occidente, así como el sentido de su utilización y su eficacia como parte sustantiva de la medicina indígena, puso en evidencia la existencia de otras formas de sabiduría y de conocimiento, insertas en los contextos más amplios de las complejas cosmovisiones originarias. Cuando decimos la existencia de otras formas de conocimiento, nos referimos a que tenemos que hacer el esfuerzo de dejar de lado los parámetros de nuestros modelos cognitivos o las leyes de la ciencia occidental con que habitualmente nos movemos y tratar en cambio de entender que existen otras maneras diferentes de concebir el mundo, la vida y el universo y que esas maneras pueden ser tan valiosas como las nuestras. Tal es lo que sucede con las cosmovisiones indígenas. Es en este marco de análisis que desde hace ya muchos años he dejado de utilizar el término alucinógeno para definir a estas plantas. Lamentablemente ese término aún se sigue utilizando en ciertos círculos académicos y, a mi entender, en forma equivocada ya que confunde “la connotación patológica que tiene con el sentido espiritual, ceremonial y curativo que, por el contrario, el uso de estos vegetales tiene entre los indígenas”. (Martínez Sarasola 2010:146; ver también Llamazares y Martínez Sarasola 2004: 260) Me parece importante en esta dirección reafirmar la utilización de la expresión “plantas sagradas” (de uso extendido en el mundo indígena), así como también “plantas psicoactivas” (que actúan sobre la psique), “plantas maestras” (porque ellas enseñan) o “enteógenos”. Este último vocablo, muy utilizado en los últimos años, fue creado en 1979 por Gordon Wasson, Carl Ruck, Jeremy Bigwood, Dany Staples y Johnattan Ott para reemplazar precisamente al cuestionado “alucinógeno”; “enteógeno” significa “que genera a Dios en nuestro interior” y creo que es un término que transmite con bastante precisión el sentido y función de estos vegetales. Este último aspecto, el de ser instrumentos de comunicación con los planos sagrados, es más que importante porque completa el profundo sentido que ellas tienen para las concepciones indígenas y chamánicas al generar la posibilidad del contacto directo y personal de las personas con lo sagrado, con la divinidad. Y esta conexión espiritual cobra una relevancia aún mayor porque para los pueblos originarios el concepto de salud tiene que ver precisamente con el estar en equilibrio espiritual, mientras que por el contrario, la enfermedad es producto de un desequilibrio del espíritu. La función del chamán es colocar al paciente, restaurar su equilibrio, devolverlo a su eje, ese que conecta firmemente a la persona con la Tierra y el Cielo. Todo este extraordinario y ancestral conocimiento se transmite de generación en generación y “con las restricciones propias de los saberes reservados” (Llamazares y Martinez Sarasola 2004), debiendo el chamán mantener a lo largo de su vida una disciplina casi ejemplar, detalladamente pautada, lo que le permitirá ejercer su oficio en el marco de la seriedad y el respeto que la cosmovisión y las plantas requieren. Hay que tener siempre presente que, para la concepción chamánica, la planta sagrada es un ser vivo que durante la ceremonia ingresa en el cuerpo del paciente. Una vez allí, el espíritu de la planta dialogará con el espíritu de esa persona, acción que será guiada por el chamán, con sus cánticos, tambores, sonajas, el humo del tabaco y/o alguna de las distintas técnicas extáticas que le ayudarán en la curación. Todo este delicado proceso, en que dos espíritus de distintas especies interactúan para la curación, es parte central de estas ceremonias, denotando una vez más “lo serio de esta cuestiones” como los mismos indígenas definen a ciertos temas centrales de sus culturas. En los últimos años, las plantas sagradas han salido de sus lugares de origen y están “viajando” por distintas partes del mundo, muchas veces de la mano de chamanes que convidan en ceremonias ecuménicas a personas de distintos orígenes. También muchas de estas personas han accedido a estas experiencias en el propio ámbito de los indígenas. En muchas ocasiones estas sesiones tienen el sentido curativo, medicinal y trascendente que explicamos anteriormente, pero en otros casos se realizan por el mero hecho de experimentar o con fines puramente recreativos. En muchos casos también estos encuentros son guiados por personas no capacitadas y, por lo tanto, que no están en condiciones de llevar adelante los mismos y menos aún implementar fines medicinales. Creo que estos conocimientos, tan antiguos como valiosos, hoy se están abriendo a muchas personas más allá de las fronteras del mundo indígena e incluso posibilitando el desarrollo de muy destacados proyectos vinculados con la salud [3]. Es auspicioso que estos conocimientos puedan extenderse a cada vez más personas, pero es clave también que ello se haga atendiendo a los marcos ceremoniales y rituales que constituyen una complementariedad ineludible. Tener en cuenta estos marcos; contar con la guía de chamanes reconocidos y/o personas de conocimiento debidamente capacitadas y autorizadas y, muy especialmente, no olvidar el sentido profundamente espiritual de estas experiencias son algunos de los aspectos a considerar para que los procesos curativos con esta otra medicina, sean cuidados, efectivos y respetuosos.
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31/7/14
Las plantas sagradas
30/7/14
El libro de la Tierra – Antología Mayor
Publicamos a continuación el prefacio de Antología Mayor: El libro de la Tierra,
que contiene 101 geniales textos, fuentes primarias traducidas
exclusivamente para esta obra, notable summa del pensamiento y la
imaginación del ser humano en tributo a nuestra Madre Cósmica.
Aquí los textos y los autores incluidos:
Rig
Veda, La Biblia, Gilgamesh, Hesíodo, Ovidio, Popol Vuh, Kogui, Guaraní,
Tuareg, Cofán, Rimbaud, Frazer, Matta, Anaximandro, Heráclito,
Pármenides, Demócrito, Platón, Aristóteles, Aristarco, Eratóstenes,
Schopenhauer, Nietzsche, Rousseau, Heródoto, Plinio El Joven, Marco
Polo, Colón, Alvar Núñez, Pigafetta, Humboldt, Bolívar, Esopo,
Luciano, Swift, Wilde, Lagerlöf, Kafka, Saint-Exupéry, García Márquez,
Da Vinci, Copérnico, Bruno, Galilei, Kepler, Huygens, Newton, Darwin,
Marx, Engels, Boltzmann, Planck, Einstein, Freud, Perse, Chuang Tsu, Li
Po, Tu Fu, Li Shang Yin, Wang Wei, Nezahualcóyotl, Whitman, Baudelaire,
Maeterlinck, Rilke, Ramos Sucre, Rabearivelo, Martinson, Neruda,
Guillevic, Ritsos, Gamoneda, Buonarroti, Basho, Defoe, Hölderlin,
Cacique Seattle, Gauguin, Van Gogh, Machado, Barrett, Trakl, Rivera,
Lovecraft, García Lorca, Hernández, Libro Egipcio De Los Muertos,
Homero, Virgilio, Alighieri, Paracelso, Nostradamus, Verne, Juan De
Patmos, Schwob, Schiller...
La imagen de portada fue realizada por el artista italo-colombiano Gastone Bettelli.
HONOR A LA RAZA HUMANA (Prólogo)
Por Gonzalo Márquez Cristo
«Nuestro amigo el Sol ha muerto, ¿retornará?» pregunta Stéphane Mallarmé en Los dioses antiguos,
y este conmovedor y poético interrogante, que alude a nuestro
inevitable funeral cósmico descrito en el hinduismo (Día de Brahma) y en
el calendario Maya donde nuestra estrella cumple ciclos categóricos, se
ha convertido también en una pesadilla de la astrofísica desde cuando
científicos como Ludwig Boltzmann y otros alucinados investigadores de
la termodinámica decretaron el fin del Universo.
Del
origen estelar acaecido hace 14.500 millones de años hasta nuestra
consumación cósmica que ocurrirá con la colosal agonía de nuestro amigo
el Sol dentro de 5.000 millones de años si antes no improvisamos
nuestro apocalipsis, obedeceremos los designios de la física que según
los últimos descubrimientos se vislumbran cada día más aciagos.
La
presencia protagónica del ser humano en la Tierra: en una pequeña «mota
de polvo» –para usar la metáfora de Christiaan Huygens–, evidencia que
este prepotente engendro, que antes se creía elegido por los dioses,
aunque sabe todavía muy poco de su origen, ya deletrea el alfabeto de su
aniquilación. Y al iniciar este tercer milenio, humillado por la
ciencia, intentando fundamentarse en la nueva mitología legada por la
Cuántica y la Relatividad, vemos cómo se encuentra condenado a un ínfimo
rincón de la Vía Láctea (Camino de Leche), que debe su nombre al
instante en que la bella diosa Hera alejó intempestivamente de su seno a
su hijastro Heracles, quien siendo aún un infante ávido, intentó
furtivamente amamantarse con el propósito de conquistar la inmortalidad;
y así, según la perturbadora imaginería griega, de aquella lluvia de
leche divina, se formarían las más de 200.000 millones de estrellas que
conforman nuestra casa mayor.
Del
caos al cosmos, del desorden del Big Bang a la armonía galáctica cuyo
primer soñador fue Pitágoras; de nuestro origen estelar a la compleja vida en esta esfera imperfecta en la cual viajamos con celeridad
por el universo –tal vez hacia ningún lugar– y que gira sobre sí misma a
una velocidad más rápida que la del sonido (1.600 km/hora); de las
cosmogonías forjadas por los pueblos primigenios hasta las inferidas por
la ciencia, que no son menos fantásticas si contemplamos las teorías
que involucran nuevas dimensiones, viajes en el tiempo y mundos
paralelos –fuentes incesantes de perplejidad–; y si a lo anterior
adicionamos las extravagantes explicaciones propuestas por las
religiones con el fin de sustentar sus dogmas, pareciera incuestionable
que el universo tiene más de fantasmagoría que de realidad, como lo vio
Platón en el Mito de la Caverna y algunos cultores de la ciencia
ficción.
Debido
a esta multiplicidad de visiones y hallazgos que afloran de las arduas
disciplinas del conocimiento, y sin la odiosa pretensión de ser
exhaustivos, pero sí con la entereza de configurar un mapa diminuto
–aunque esencial de nuestro vínculo con la Madre Magna que conjunte
deslumbrantes creadores, desenfrenados vigías cósmicos y acuciosos
investigadores–, nos propusimos acopiar un archipiélago de voces que
comenzaron a construir hace milenios en distintas regiones del planeta,
en innumerables lenguas y proveniente de diversas culturas, esta
Antología Mayor: legado de la imaginación que honra a la Tierra y que
ilumina nuestro acontecer cósmico.
Al
rastrear en lo más sublime del arte y la ciencia aquella fenomenología
irradiada por nuestro planeta, al seleccionar pruebas decisivas, no sólo
de la «imaginación de la materia» (derivada de los elementos) sino de
la «imaginación cósmica», el objetivo es plasmar un pequeño lunar
(recuérdese el origen estelar de esta palabra), que no desvirtúe la
extensa arqueología del asombro, que se ha venido configurando siglo a
siglo, mientras afinamos nuestra conciencia planetaria.
Es
oportuno mencionar que debido a su magnitud evidente, esta es una de
las pocas antologías que tiene licencia para ser incompleta, porque el
señalamiento de todo autor aquí excluido (por motivos inherentes a la incompletud
humana o derivados de insalvables restricciones patrimoniales), deberá
ser considerado por el lector como un hecho feliz, pues eso constata que
tenemos otro paradigmático ser a quien elevar una acción de gracias, en
concordancia con el epitafio de Isaac Newton, enterrado en la Abadía de Westminster en Londres, que reza en su parte culminante: Dad las gracias mortales porque este ser tan grandemente ha existido: ¡Honor a la raza humana!
Por
tanto los textos aquí compilados, elegidos no sólo por su importancia
testimonial sino por su magnitud poética, apenas pretenden rendir
tributo a un planeta magnífico y a los sabios que los originaron, fieles
a su arduo trabajo carente de motivaciones personales. Grandes cultores
de diversas disciplinas: astrónomos, filósofos, físicos, poetas,
biólogos, geógrafos, ecologistas, historiadores, psicólogos,
antropólogos y químicos, que han dejado su huella determinante en
nuestra cultura, expresan aquí en sus propias palabras –sin falaces
interpretaciones académicas–, las más audaces tentativas por comprender
los enigmas de la naturaleza y develar la convulsa existencia en nuestra
única casa galáctica.
Es también pertinente referir que en el Libro de la Tierra,
integrado por un centenar de escritos de geniales figuras, reconocidas
por reflexionar en contra de los dogmas filosóficos, religiosos,
políticos o estéticos; es ejemplar la obsesión de algunos de ellos para
enfrentar las estructuras de poder que tantas veces controlan, retardan o
aniquilan la necesaria sabiduría; y emprender una de las pocas luchas
donde ha salido victoriosa la libertad: en el escenario del pensamiento.
Sabemos que estos aventureros de la develación que se propusieron franquear los límites, sin declinar, a pesar de la prisión y el escarnio (Wilde), de persecuciones inclementes (Galileo), de la locura (Nietzsche),
del exilio (Da Vinci), de la expoliación (Cacique Seattle), del
tormento que los llevaría a la consumación del suicidio (Van Gogh y
Ramos Sucre) y de la hoguera como en el caso de Giordano Bruno;
parecieran comprobar que la historia del conocimiento es también la
historia de la persecución.
La
sistemática quema de libros emprendida por el emperador chino Shih
Huang Ti en el siglo III a.C.; las bibliotecas incendiadas como la de
Alejandría en el 48 a.C. por los romanos y posteriormente a causa del
dogmatismo cristiano (obispo Teófilo en el siglo IV) que contenía medio
millón de libros en su época florida y donde reposaba lo más luminoso de
la cultura de la antigüedad; la doble destrucción de la Biblioteca de
Constantinopla (en 726 y 1453) que llegó a tener 100 mil obras; el
incendio de la biblioteca de Trípoli a manos de los cruzados en 1099; la
ignominiosa acción liderada por el obispo franciscano Diego de Landa
quien en 1562 ordenó la quema de numerosos códices mayas; y las afrentas
más recientes al pensamiento del hombre como las ejecutadas por los
Nazis en 1933 y por los serbios cuando aniquilaron la biblioteca de
Sarajevo en 1992, demuestran que habita una sedición en todo
conocimiento, y que para subyugar a los pueblos los tiranos conocen
desde hace milenios la importancia de arrasar lo más sublime de su
imaginación cultural. El escritor norteamericano Ray Bradbury en Fahrenheit 451
da su incandescente testimonio novelístico al respecto, tramando una
metáfora donde los cada vez más escasos –y peligrosos– defensores de los
libros, deben escapar a un bosque y memorizarlos para impedir que las
ficciones, las reflexiones y la luz de los descubrimientos científicos,
sean exterminadas de la faz de la Tierra.
Honrando
entonces el cúmulo verbalizado de la aventura humana, desde cuando los
mitos intentaban explicar los fenómenos naturales, se avanzará en estas
páginas por los senderos que fueron extendiendo nuestro universo para
poder considerar (recordar la etimología latina de esta palabra:
«estar con las estrellas») los parajes maravillosos engendrados en la
Tierra alterna del sueño, los artilugios de la fantasía destinada en
principio a sobrepasar la realidad, las indagaciones filosóficas y las
manifestaciones sublimes provenientes de la fatal y dulce diosa
creadora, de nuestra gran fuente natural: Gea, Ceres, Deméter, Cibeles,
Ninhursag, Astarté, Coatlicue, Ishtar, Ixmucané, Inanna, Amalur, Atabey,
Dana, Pacha Mama...
Seguiremos
las crónicas de los desterrados, de las hecatombes, de las invasiones y
de la expoliación y la usura que ha determinado nuestro acontecer; y
también veremos pruebas de los exilados de sí mismos –de los
trasterrados interiores–; y en el capítulo final contemplaremos los
vestigios de la colosal pirotecnia geológica, de famosos viajes al
inframundo y a otros mundos, y de las más radicales ensoñaciones
apocalípticas, aunque no obstante, como siempre, haya un lugar
irracional para la esperanza.
La antología ha sido dividida arbitrariamente en ocho capítulos: El libro del origen (compilación de algunas cosmogonías), El libro de las preguntas (contiene el pensamiento de algunos filósofos sobre la eclosión del ser y las pugnas existenciales), El libro de los vigías (testimonio de conquistadores y exploradores al llegar a tierras ignotas), El libro de los prodigios (muestra al artista como hacedor de reinos maravillosos), El libro de las respuestas (señala determinantes descubrimientos científicos), El libro de la naturaleza (brindis poético por la Tierra), El libro del destierro (testimonio del exilio interior o colectivo) y El libro de las visiones (viajes extraordinarios y profecías sobre el destino de nuestra especie).
Luego
de la intromisión atómica y sus conocidas catástrofes, la
responsabilidad del hombre en la supervivencia de la naturaleza impone
una lectura de estas revelaciones compiladas desde su perspectiva
telúrica y enfatizando la entrañable relación existente entre los seres
que la pueblan, en el sentido que señaló Ernst Haeckel al crear el término ecología, proveniente de Oikos (casa), porque como dijo Nietzsche: «El hombre es algo que debe ser superado».
Y
debido a que no podemos fracasar en esta magna tentativa, y que la
consecuencia de ultrajar nuestro origen será devastadora, si el sueño de
Zarathustra no encuentra su destino, sólo nos queda emprender el
regreso propuesto por Rousseau y Gauguin, a eso que peyorativamente
denominan salvajismo: el retorno a aquella edad básica en que
teníamos como amigos a los árboles y las estrellas, y aún era posible
acostarnos en la hierba para escuchar el corazón de la Tierra. Pues no
podemos olvidar la experiencia trágica de los mayas, que advierte
categóricamente sobre el fracaso inexorable que acecha a las grandes
ciudades, y el nuevo despotismo impuesto en nombre del conocimiento
–cuyos abusos hemos padecido desde la Revolución Industrial hasta la
herida de Hiroshima–, y tampoco las subyugantes tecnologías que están
creando un desierto interior sin precedentes, donde el habitante común,
despojado de la naturaleza, padece una tiranía impuesta por estructuras
formales superfluas, alejado de lo esencial, mientras es gobernado por
fantasmas, como Kafka y Orwell lo denunciaron.
¿Hace
cuánto no admiramos la Luna? ¿Quién puede señalar alguna de las cien
mil millones de constelaciones que componen el Universo? ¿Quién sabe
llamar hoy por su nombre a cinco flores o pájaros? ¿Quién diferencia una
estrella de primera magnitud? Nadie de este mundo ilusorio que nos ha
sido impuesto; pero si olvidamos a la Tierra ella terminará por
olvidarnos y perderemos con eso nuestra posibilidad cósmica.
Como
un talismán nos queda, sin embargo, la resistencia interior que
vislumbra el poeta René Char, quien aseguraba distinguir el ruido de las
estrellas, en esta incomparable estrofa de Aromas cazadores, donde
hace un recuento de nuestro detestable destino, pero que pese a todo
conserva su lumbre prodigiosa: «Durante milenios hubo el vuelo
silencioso del tiempo, mientras el hombre se adaptaba. Vino la lluvia
desde el infinito; luego el hombre caminó y actuó. Nacieron así los
desiertos; el fuego se alzó por segunda vez. Entonces el hombre, con el
apoyo de una alquimia sin cesar renovada, dilapidó sus riquezas y
masacró a los suyos. Siguieron el agua, la tierra, el mar, el aire.
Entre tanto, un átomo resistía. Esto sucedió hace unos minutos». Con-fabulación Nº 337 - Colombia
E-mail: confabulacion33@gmail.com
6/7/14
Un trovador santiaguero guitarrista de Carlos Gardel
Fuente: CUBARTE
Al trovador Roberto Moya lo conocimos en la Peña de Sirique, en el Cerro, un domingo por la tarde.
Un amigo de ambos, Félix Cobo, me lo presentó como el autor de la guajira Ranchito mío que acababa de interpretar el dúo de Luisito Plá y su esposa. Se trataba de Roberto Moya, que ya tenía 73 años de edad. Luego supe que este trovador santiaguero había sido acompañante de Carlos Gardel en varias actuaciones y películas.
Le pregunté: ¿Cómo un trovador santiaguero llegó a ser uno de los acompañantes en la guitarra del afamado artista Carlos Gardel?
Yo conocí a Gardel en el año 1933 cuando fui al Hotel Anzonia, en Nueva York, en la Avenida Broadway y Calle 72. Allí fui a hospedarme con mi compañero en el dúo, el argentino Carlos Spaventa. El gerente del hotel, que sabía que éramos músicos, me dijo: ahora mismo acaba de marcharse Carlos Gardel y está buscando guitarristas. Ese día no pudimos verlo, pero Eligio Potorosi, muy amigo de él, nos invitó a que fuéramos a conocerlo. Fuimos al día siguiente a un apartamento que Gardel tenía alquilado en el este de la ciudad.
Cuando lo vimos ya sabía quiénes éramos y se comportó con nosotros como si fuéramos viejos amigos. En efecto en ese momento estaba buscando guitarristas de experiencia que supieran interpretar música argentina para que lo acompañaran, ya que los guitarristas de su grupo no habían llegado por problemas con los visados. Nos echó el brazo por los hombros y nos dijo que sacáramos las guitarras, entonces cantamos una samba que él mismo tarareó. Enseguida dijo: “esta bien, no hay problema, mañana a la una nos vemos en los estudios de la Paramount”.
Y así fue como tomamos parte en la primera película que Gardel filmó en Estados Unidos, que se llama Cuesta Abajo. Gardel quedó satisfecho de nuestra actuación en ese filme y nos invitó a participar en otros como Tango en Broadway, El día que me quieras y Tango bar, aunque en esta última no aparezco personalmente, ya que lo que hice fue acompañarlo en la música de fondo. Ya en esos días habían llegado sus guitarristas pero nos dejó actuar con ellos porque Gardel quiso que también participáramos en esas películas. Yo me quedé con Gardel y lo acompañé en algunas actuaciones.
Cuando terminamos los compromisos en Estados Unidos él quería llevarme para la gira por América del Sur pero Lepera, que era el administrador, se opuso porque aumentaría los gastos al incluirnos en la nómina, entonces Gardel comprendió y me dijo: “Esta bien ché, tú te vas para Cuba y el día 24 de junio te embarcas para acá y nos encontraremos en Nueva York el día 1ro. de julio porque vamos a rodar 5 películas más en las cuales pienso mejorarte”. Acepté de mala gana, aunque tenía ganas de venir para Cuba y dejarle algún dinero a la familia.
El día 24 de junio de 1935, tomé el ferri Florida en La Habana y me dirigí a Cayo Hueso para luego coger un tren para Nueva York. Encontrándome en la estación de trenes vi como los vendedores de periódicos vendían enseguida los diarios de ese día. Un amigo me trajo un periódico que en grandes titulares decía: “ACCIDENTE AÉREO EN MEDELLIN. GARDEL CON TODOS SUS ACOMPAÑANTES PERECIERON. EL CUERPO DE GARDEL ESTABA CARBONIZADO. SE IDENTIFICÓ POR LA RASTRA QUE LLEVABA”.
La rastra es un cinturón de cuero que los argentinos llevan pegado al cuerpo para guardar sus monedas, debo aclararte que Gardel era coleccionista de monedas. Desde luego, regresé a Cuba en el mismo barco… ¿para que iba a seguir? Pensé entonces que si hubiera continuado de guitarrista con Gardel también hubiera muerto en el trágico accidente ocurrido en Medellín, Colombia, el 24 de junio de 1935.
Roberto Moya, gaucho transitorio y trovador santiaguero, nació el 26 de septiembre de 1897 en Santiago de Cuba, en una casa de la Calle Santa Lucía entre San Pedro y Santo Tomás. Falleció en La Habana el 27 de enero de 1971. Su padre, Francisco Moya Portuondo era profesor de piano y alternaba esa profesión por la de ayudante en una notaría, alguacil, secretario de un juzgado y Procurador Público. (...)
Por Lino Betancourt Molina (fragmento)
Fuente: CUBARTE
http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/25685/25685.html
Fuente: CUBARTE
Al trovador Roberto Moya lo conocimos en la Peña de Sirique, en el Cerro, un domingo por la tarde.
Un amigo de ambos, Félix Cobo, me lo presentó como el autor de la guajira Ranchito mío que acababa de interpretar el dúo de Luisito Plá y su esposa. Se trataba de Roberto Moya, que ya tenía 73 años de edad. Luego supe que este trovador santiaguero había sido acompañante de Carlos Gardel en varias actuaciones y películas.
Le pregunté: ¿Cómo un trovador santiaguero llegó a ser uno de los acompañantes en la guitarra del afamado artista Carlos Gardel?
Yo conocí a Gardel en el año 1933 cuando fui al Hotel Anzonia, en Nueva York, en la Avenida Broadway y Calle 72. Allí fui a hospedarme con mi compañero en el dúo, el argentino Carlos Spaventa. El gerente del hotel, que sabía que éramos músicos, me dijo: ahora mismo acaba de marcharse Carlos Gardel y está buscando guitarristas. Ese día no pudimos verlo, pero Eligio Potorosi, muy amigo de él, nos invitó a que fuéramos a conocerlo. Fuimos al día siguiente a un apartamento que Gardel tenía alquilado en el este de la ciudad.
Cuando lo vimos ya sabía quiénes éramos y se comportó con nosotros como si fuéramos viejos amigos. En efecto en ese momento estaba buscando guitarristas de experiencia que supieran interpretar música argentina para que lo acompañaran, ya que los guitarristas de su grupo no habían llegado por problemas con los visados. Nos echó el brazo por los hombros y nos dijo que sacáramos las guitarras, entonces cantamos una samba que él mismo tarareó. Enseguida dijo: “esta bien, no hay problema, mañana a la una nos vemos en los estudios de la Paramount”.
Y así fue como tomamos parte en la primera película que Gardel filmó en Estados Unidos, que se llama Cuesta Abajo. Gardel quedó satisfecho de nuestra actuación en ese filme y nos invitó a participar en otros como Tango en Broadway, El día que me quieras y Tango bar, aunque en esta última no aparezco personalmente, ya que lo que hice fue acompañarlo en la música de fondo. Ya en esos días habían llegado sus guitarristas pero nos dejó actuar con ellos porque Gardel quiso que también participáramos en esas películas. Yo me quedé con Gardel y lo acompañé en algunas actuaciones.
Cuando terminamos los compromisos en Estados Unidos él quería llevarme para la gira por América del Sur pero Lepera, que era el administrador, se opuso porque aumentaría los gastos al incluirnos en la nómina, entonces Gardel comprendió y me dijo: “Esta bien ché, tú te vas para Cuba y el día 24 de junio te embarcas para acá y nos encontraremos en Nueva York el día 1ro. de julio porque vamos a rodar 5 películas más en las cuales pienso mejorarte”. Acepté de mala gana, aunque tenía ganas de venir para Cuba y dejarle algún dinero a la familia.
El día 24 de junio de 1935, tomé el ferri Florida en La Habana y me dirigí a Cayo Hueso para luego coger un tren para Nueva York. Encontrándome en la estación de trenes vi como los vendedores de periódicos vendían enseguida los diarios de ese día. Un amigo me trajo un periódico que en grandes titulares decía: “ACCIDENTE AÉREO EN MEDELLIN. GARDEL CON TODOS SUS ACOMPAÑANTES PERECIERON. EL CUERPO DE GARDEL ESTABA CARBONIZADO. SE IDENTIFICÓ POR LA RASTRA QUE LLEVABA”.
La rastra es un cinturón de cuero que los argentinos llevan pegado al cuerpo para guardar sus monedas, debo aclararte que Gardel era coleccionista de monedas. Desde luego, regresé a Cuba en el mismo barco… ¿para que iba a seguir? Pensé entonces que si hubiera continuado de guitarrista con Gardel también hubiera muerto en el trágico accidente ocurrido en Medellín, Colombia, el 24 de junio de 1935.
Roberto Moya, gaucho transitorio y trovador santiaguero, nació el 26 de septiembre de 1897 en Santiago de Cuba, en una casa de la Calle Santa Lucía entre San Pedro y Santo Tomás. Falleció en La Habana el 27 de enero de 1971. Su padre, Francisco Moya Portuondo era profesor de piano y alternaba esa profesión por la de ayudante en una notaría, alguacil, secretario de un juzgado y Procurador Público. (...)
Por Lino Betancourt Molina (fragmento)
Fuente: CUBARTE
http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/25685/25685.html
1/7/14
Premio Nacional de Poesía del Festival de Medellín
Mario Eraso y Hellman Pardo, ganadores del I Premio Nacional de Poesía Festival Internacional de Medellín.
El Jurado compuesto por Juan Manuel Roca, Gabriel Jaime Franco y Fernando Herrera otorgó por unanimidad los dos premios
a los siguientes libros: Amanecer en Lisboa con Oliverio de Mario Eraso e Historia del agua de Hellman Pardo.
A continuación un texto de cada ganador.
El Jurado compuesto por Juan Manuel Roca, Gabriel Jaime Franco y Fernando Herrera otorgó por unanimidad los dos premios
a los siguientes libros: Amanecer en Lisboa con Oliverio de Mario Eraso e Historia del agua de Hellman Pardo.
A continuación un texto de cada ganador.
Mario Eraso
Nació
en Pasto en 1967. Vive en México hace ocho años. Es Doctor en
Literatura Hispánica por El Colegio de México. Su tesis consistió en la
lectura crítica de la poesía de Roberto Juarroz. Entre 1988 y 1998, ganó
en Colombia concursos de poesía y cuento a nivel nacional. Figura en
las antologías Quién es quién en la poesía colombiana (1998) y Consejo para la buena muerte (2009). En 2005 publicó con la editorial colombiana Común Presencia su libro, Cementerio. Es también autor de Oro, con la editorial mexicana Sin Nombre.
Así debió ser al principio la vida
Personas
Muchos miles de personas
Caminando sencillamente
Corriendo sencillamente
Bajo la lluvia
Sobre la nieve
Así debió ser al principio
Cuando solamente había personas
Muchos miles de personas
Que salían a pasear con sus hijos
A pasear con sus mascotas
Caminando mientras conversaban
Corriendo mientras reían
Bajo la lluvia
Sobre la nieve.
- - - - -
Hellman Pardo
Bogotá, 1978. Premio Nacional de Poesía Eduardo Carranza en 2010 por Elementos del desterrado. En 2011 es merecedor del Premio Nacional de Poesía Casa Silva por El falso llanto del granizo.
Ese mismo año el Ministerio de Cultura le concede la Beca a la
Circulación Internacional de Creadores en New York. Ha publicado La tentación inconclusa (Común Presencia Editores, 2008); Anatomía de la soledad (Gamar Editores, 2013) y El falso llanto del granizo (El
Ángel Editor, 2014). Director de la Biblioteca Comunitaria Imago en
Bogotá. Pertenece a los Consejos Editoriales de las Revistas la Raíz
Invertida y Ulrika.
RETRATO DEL OLVIDADO
Si volviera el agua a martillar las aceras
traería consigo los recuerdos de mi padre.
Su mano a orillas de mi mano
halándome con fuerza
con cierto temor
de que su hijo mojara su pasado.
Sin embargo
tanto esfuerzo
una espléndida derrota.
Empapado todo
yo entreveía
a ese hombre huir de la lluvia
el rostro lacerado
goteando
ese silencio imperturbable.
Si volviera a caer
a manera de prodigiosa lluvia
el agua
traería consigo un largo adiós
adiós
aquí termina todo.
Adiós al recuerdo que perdura
adiós a la orilla de su mano.Con-fabulación 333 - Colombia
E-mail: confabulacion33@gmail.com
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