“Un
poeta de oposición”
Por Alberto
Moravia
Traducción: Nora Glückmann – Héctor J. Freire
En principio
estaba el pacto de la homosexualidad convenida, de la misma manera que la
heterosexualidad, o sea como relación con lo real, como una cristalización
stendhaliana, como hilo de Ariadna en el
laberinto de la vida. Pensemos sólo un momento en la importancia fundamental
que el amor ha tenido siempre en la cultura occidental, cómo ha inspirado
construcciones del espíritu, grandes sistemas cognoscitivos, y veremos que en
la vida de Pasolini la homosexualidad ha asumido la misma función que tuvo la
heterosexualidad en tantas vidas no menos intensas y creativas que la suya. Al
lado del amor, se hallaba la pobreza. Pasolini había emigrado del Norte a Roma
y había ido a vivir a un modesto alojamiento en los alrededores. En este
tiempo, se sitúa su importante descubrimiento de las capas más bajas del
proletariado como sociedad alternativa y revolucionaria, análoga a la sociedad
protocristiana, o sea portadora de un mensaje inconsciente de humildad y
pobreza contrapuesto al hedonista y nihilista de la burguesía. Pasolini hace
este descubrimiento a través de su profesión de maestro, y sobre todo a través
de sus amores con los subproletarios de los suburbios pobres de Roma. Lo que
equivale a decir que allí se encuentra a sí mismo, el sí mismo definitivo que
conoceremos por tantos años hasta su muerte. El descubrimiento de las capas más
bajas del proletariado transforma profundamente su comunismo, ortodoxo
probablemente en ese entonces. El mismo no será entonces un comunismo
iluminista y, menos aún, científico. O sea, no será un comunismo marxista sino
populista y romántico, animado de piedad patriótica, de nostalgia filológica y
de reflexión antropológica con arraigo en la tradición más arcaica, y
proyectado al mismo tiempo en la utopía más abstracta. Es superfluo agregar que
semejante comunismo era fundamentalmente sentimental por ser existencial,
creador e irracional. Sentimental por consciente elección cultural y crítico
porque cada posición sentimental permite contradicciones que excluyen el uso de
la razón. Ahora bien, Pasolini había descubierto muy temprano que la razón no
se adapta a servir, viene servida. Y que sólo las contradicciones permiten la
afirmación de la personalidad. En otras palabras, razonar es anónimo;
contradecirse es personal. De todos modos, el descubrimiento sociológico y
erótico de los barrios bajos de Roma hace transitar a Pasolini de la “poesía
privada” de los versos en dialecto friulano, a la poesía “culta” de “Las Cenizas de Gramsci” y “La
religión de mi tiempo”; y lo reveló a sí mismo como narrador en sus dos
novelas “Muchachos de la calle” y “Una
vida violenta”, y director de cine en “Accatone”.
Paso adelante extraordinario, digno de su vital y prepotente vocación. A
propósito de la poesía culta resaltemos que, entre los años 50 y 60, Pasolini
logró crear algo absolutamente nuevo en
la historia reciente de la literatura italiana: una poesía civil, al mismo
tiempo decadente y de izquierda. En Italia, la poesía culta fue siempre de
derecha. Desde principios del ochocientos, desde Fóscolo pasando por Carducci
hasta D´Annunzio, sea por los contenidos- aun cuando éstos fuesen
revolucionarios como en el temprano Carducci- sea por los módulos formales. Los
poetas italianos del siglo pasado, siempre habían interpretado la poesía civil
en un sentido triunfal, elocuente, celebrativo. Pasolini, en cambio, nos dio
una poesía que tenía toda la intimidad, la sutileza, la ambigüedad y el
sensualismo del decadentismo y el ímpetu ideal de la utopía socialista. En el
pasado, una operación semejante fue lograda sólo por Rimbaud, poeta de la
Comuna de París y de la revolución popular, y en igual medida, poeta del
decadentismo. Pero toda una tradición jacobina e iluminista había apoyado a
Rimbaud. En cambio, la poesía culta de Pasolini nace milagrosamente en una
cultura anclada siempre en posiciones conservadoras, en una sociedad provincial
y reaccionaria. Esta poesía civil refinada, manierista y estetizante que
recuerda a Rimbaud y se inspira en Machado, estaba sutilmente ligada a las dos
novelas de los suburbios Romanos:
“Muchachos de la calle” y “Una vida violenta”, por la utopía de una
renovación social proveniente de las capas más bajas del subproletariado,
descripto con tanta piedad y simpatía en ambas novelas, como una especie de
repetición de aquella revolución verificada casi dos mil años atrás por las
masas de esclavos y deshechos de la sociedad que habían abrazado el
cristianismo. Pasolini suponía que los desesperados y humildes suburbios
vírgenes e intactos, habrían coexistido por mucho tiempo al lado de los
llamados “barrios altos” hasta que no hubiese llegado el tiempo maduro para la
destrucción de los mismos y la palingenesia general. En el fondo, una hipótesis
no demasiado lejana de la profecía de Marx, según la cual al final habría
quedado sólo un puño de expropiadores derribados por una multitud de
expropiados. Sería injusto decir que Pasolini, para su literatura, tenía
necesidad que los hechos públicos pudiesen existir en estas condiciones. Es más
exacto afirmar que su visión del mundo se apoyaba en la existencia de un
subproletariado urbano, fiel por humildad profunda, a la herencia de la antigua
cultura campesina.
En este punto
estaba la relación de Pasolini con la realidad, cuando surgió lo que los
italianos llaman burlonamente, “el boom”. O sea, cuando se verificó en un país
como Italia, completamente improvisado y en algún modo ingenuo, la explosión
del consumismo.
¿Qué ocurrió con
el “boom” en Italia y, por repercusión, en la ideología de Pasolini? Sucedió
que los humildes, los subproletarios de Accattone,
de Ragazzi di vita, aquellos humildes
que, El Evangelio según Mateo
Pasolini había acercado a los cristianos de los orígenes, en vez de quedar
estables y constituir así el presupuesto indispensable para la revolución
popular portadora de una total palingenesis, de golpe cesaban de ser
humildes-en el doble sentido de psicológicamente modestos y socialmente
inferiores- para transformarse en otra cosa. Continuaban, naturalmente siendo
miserables, pero substituían la escala de valores campesina con la consumista.
O sea se transformaban en burgueses, a nivel ideológico. El descubrimiento del
subproletariado aburguesado, de la misma manera que el primero, el de los
suburbios y “los ragazzi di vita”, lo realiza a través de la mediación homosexual.
Esto explica, entre otras cosas, porqué esto constituyó para Pasolini un
verdadero trauma político, cultural e ideológico en lugar de una tranquila y
distante constatación sociológica. En efecto: si los subproletarios de los
suburbios que a través de su amor desinteresado le habían dado la llave para
comprender el mundo moderno, se transformaban ideológicamente en burgueses
todavía antes de serlo materialmente, entonces todo se derrumbaba empezando por
su comunismo popular y cristiano. Los subproletarios eran o aspiraban -que es
lo mismo- a volverse burgueses: entonces eran o aspiraban también a volverse
burgueses los soviéticos que habían hecho la revolución del 1917, así como los
chinos que la habían hecho en el 1949, y lo mismo los pueblos del Tercer Mundo,
en un tiempo considerados como la gran reserva revolucionaria del mundo.
Entonces el marxismo era una cosa diferente de la que creía y decía ser; y la
lucha de clases, la revolución proletaria y la dictadura del proletariado se
volvían simplemente nombres revolucionarios
para cubrir una inconsciente operación antirrevolucionaria. No es
exagerado decir que el comunismo irracional de Pasolini no renació jamás
después de este descubrimiento. Pasolini quedó, eso sí, fiel a la utopía pero
comprendiéndola como algo que no tenía algún contacto con la realidad y que, en
consecuencia, era una especie de sueño para admirar y contemplar pero no más
para defender y tratar de imponer como proyecto alternativo e históricamente
justificado e inevitable. Desde ese momento, Pasolini no habló más en
nombre de los subproletarios contra los
burgueses sino en nombre de sí mismo contra el aburguesamiento general. El sólo
contra todos. De aquí viene su inclinación a privilegiar la vida pública que no
podía no ser burguesa, respecto a su vida anterior todavía nostálgicamente
ligada a las experiencias del pasado. También como una cierta voluntad de
provocación, no al nivel de hábitos y usos sino al de la razón. Pasolini no
quería escandalizar la burguesía consumista, sabía que así habría provocado
también el escándalo. La provocación estaba dirigida en cambio contra los
intelectuales que no podían todavía dejar de creer en la razón.
De aquí proviene
una permanente intervención en la discusión pública basada en una sutil, brillante
y férvida admisión, defensa y afirmación de las propias contradicciones. Otra
vez más, Pasolini sostenía la propia existencialidad, la propia condición de
creatura. Sólo que en un tiempo lo había hecho para sostener la utopía del
subproletariado salvador del mundo y hoy lo hacía para ejercitar una crítica
violenta y sincera contra la sociedad consumista y el hedonismo de masa. No
podemos saber qué habría dicho y escrito Pasolini más adelante. Para él,
seguramente, estaba por empezar una nueva fase, un nuevo descubrimiento del
mundo. Parece posible después del trauma y la desilusión que muestran sus
últimos artículos y sobre todo su última película Saló o los ciento veinte días de
Sodoma (1975), que hubiera podido superar la congelante constatación
del “cambio antropológico” producido por el consumismo, por medio del único
modo posible para un artista: con la representación del cambio mismo. Una
representación que, necesariamente, lo habría llevado a superar positivamente
el actual momento pesimista. Su muerte, trágica y despiadada así lo demuestra.
Porqué aún habiendo descubierto la profundidad con que había penetrado el
consumismo en la amada cultura campesina, este descubrimiento no lo alejó de
los lugares y los personajes que, en un tiempo y gracias a una extraordinaria
explosión poética, lo habían potentemente ayudado a crearse una propia visión
del mundo. Afirmaba públicamente que la juventud vivía sumergida en un ambiente
criminal de masa; pero a lo que parece, en privado, se ilusionaba con que pudieran
existir excepciones a esta regla.
Su fin, de todos
modos, fue al mismo tiempo semejante a su obra y diferente de él. Semejante por
haber ya descripto las escuálidas y atroces modalidades en sus novelas y en sus
películas; diferente porque él no era uno de sus personajes –como alguien tuvo
la tentación de insinuar- sino una figura central de nuestra cultura, un poeta
y un narrador que marcó una época, un director genial, un ensayista
inagotable. *
* Pier Paolo Pasolini, un poeta d´opposizione (1995), “Fondo Pier Paolo
Pasolini”, Skira editore, Milano.
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