ORDENAR UNA BIBLIOTECA CANSA
por
Reynaldo García Blanco
Hay un poema del italiano Cesare Pavese que suelo leer de
vez en vez titulado Trabajar cansa. Hoy me gustaría glosar y decir: Ordenar
una biblioteca personal cansa. El pasado fin de semana me pasé unas horas
para adentrarme en ese maremoto que es mi biblioteca personal. En ese caos
ordenado, como me gusta llamarlo, hay de todo. Libros que me han acompañado
desde mi adolescencia, libros que he comprado a precios prohibitivos o
irrisorios, libros que me han enviado allende los mares. Nada. Libros que
tiempo y bondad no han permitido borrar de mi memoria.
Los científicos han determinado más de una treintena de
“bichitos” que son capaces de devorar un libro en cuestión de nada. Tal
vez esa noticia sea una sorpresa para usted que solamente conoce a la
clásica polilla.
Otros enemigos del libro lo son el polvo y la humedad. Los
más avezados en esto de la curaduría de las catedrales de papel recomiendan
hojearlo de cuando en cuando aunque no sea para leerlos. Resulta que necesitan
aire para respirar y que el viento de la mañana o de las tardes de verano los
alcance y por un instante recuerden que son libros y que necesitan del cálido
contacto humano.
En otras ocasiones he hablado del olor de los libros. De
niño me gustaba en las bibliotecas y librerías de lance. Allí el olor sigue
siendo una rara mezcla de misterio y admiración donde también se une el fatigoso
polvo de los libros con el perfume de las biblotecarias o los clientes.
En mi biblioteca tengo un aparte para esos libros que con
los años me han dedicado de puño y letra, algo que resulta una verdadera joya
en el campo de lo afectivo. Guardo con mucho amor casi todos los libros
publicados por el caro amigo Ronel Gonzáles Sánches o Lina Caffarello, que con
puntualidad inglesa me hacen llegar cuando publican algo. Guardo con sumo celo
un poemario de la ya desaparecida escritora para niños Exilia Saldaña. Desde el
extremo derecho de uno de los estantes me observa una antología de Ernesto
Cardenal firmado con prisa y desgano. Este sagrado lugar de mi biblioteca
también tiene libros de mis compañeros de generación: Sonia Díaz Corrales, León
Estrada, Teresa Melo, Carlos Alfonso, Alberto Rodríguez Tosca, los inefables
Caridad Atencio Mendoza y Rito Ramón Aroche. Otros, muchos otros que en
candorosas y sinceras dedicatorias han dejado señales de afecto y razón.
Tomar un fin de semana para ordenar una biblioteca
personal es un ejercicio espiritual, físico y psicológico que se une a la
gracia de darle a los libros un acto de vida.
Yo te invito a que descubras ese libro que una vez te
regalaron en febrero, ese libro que un día de angustia te dio algo parecido a
la felicidad o simplemente poner en orden esa catedral de palabras que hace
posible afirmar que los libros forman parte del estado natural del hombre. Eso
sí. Sin olvidar que ordenar una biblioteca cansa.
- La Idea del Lunes/13 de enero de 2014 - Santiago de Cuba, Cuba
- E-mail: regabla@cultstgo.cult.cu
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