18/12/13

Buenos Aires: “Será por eso que la quiero tanto”


     A continuación, un fragmento de una de las crónicas que conforman el libro  

LA CIUDAD DEL POETA, del escritor Carlos Fajardo Fajardo,
recientemente aparecido en la
Colección Los Conjurados, 
ya disponible en las más importantes librerías del país (Colombia) 
y en la vitrina mundial de Amazon.com.

Por Carlos Fajardo Fajardo

Asalta la mirada aquella Buenos Aires con sus barrios viejos y seductoras callecitas, con su gran río de tantas extranjerías y llegadas, testigo de músicas, nostalgias, melancolías.
La primera vez que la visité, sentí la ciudad envuelta en un verano interminable. La vi llena de infinitos papeles arrojados desde altas edificaciones. Alguien dijo: “Hoy es 30 de diciembre”, y explicó el suceso: “Cada oficina lanza desde las ventanas documentos burocráticos, los aburridos memorandos de todo un año”. Era diciembre. En un viejo hotel de la calle Juan Domingo Perón, mi mujer y yo sentimos bajo el sopor de esos días la magia de la extraña y bella Buenos Aires. Ahí estaba con sus leyendas, una y otra vez leídas o escuchadas, sobre sus audaces poetas y cantores de arrabal, de viajeros, exilios y destierros.
Es tan difícil descifrarte Buenos Aires; tan injusto definir tus múltiples olores en frase alguna. Sin embargo, allí están tus barrios: La Boca, San Telmo, El Abasto, Palermo, Belgrano, ambiguos y únicos, con calles que cargan todo tu origen. Todavía se escuchan las voces del recién llegado de ultramar, sus lentos y melancólicos pasos por el empedrado. Aún se oyen los recuerdos de viejos marineros, de mujeres hermosas llegadas de lejanas comarcas. En los míticos lugares del tango y la milonga, en tus arrabales y conventillos, viven legendarios cantores, músicas de tristes patrias, tonadas de ausentes, presencia de un amor en la memoria.
Desde el malecón observo oxidados buques, encallados en un antiguo puerto. ¿De qué soñados y dolorosos países llegaron con su carga de música, sabores y paisajes? Muchos descendieron para vivir, amar y enterrar aquí sus huesos. Su imagen palpita todavía en esta nativa y extranjera provincia, calidoscopio de trágica belleza.
Tan extraña y misteriosa eres Buenos Aires. Así te llamó Manuel Mujica Laínez al descifrar tu secreta historia. Sensual e ingrávida como una danza de tango; real y violenta como tu duro pasado. Y ahora estás ante mis ojos, mirándome en los ojos de todos, paseando conmigo por San Juan y Boedo, por todo el cielo, contorneándote como una muchacha, terrible y seductora igual a un ángel de pie.
Entonces, recuerdo unos versos: No nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto. Son del viejo Borges, el iluminado. He pronunciado en voz alta el poema de este lúcido ciego, y me he detenido en una esquina de la Calle Corrientes, la misma por la cual Alejandra Pizarnik deambulaba solitaria, padeciendo estos lugares del centro, diciéndose: Es que ¡Oh señor! Yo no soy una muchacha: soy un muestrario de los pecados capitales; repitiéndose una y otra vez, indudablemente el mundo externo es una amenaza, cuando buscaba aquella poesía que dijera lo indecible, un silencio, una página en blanco. (...) Sabías que demasiada angustia hace que las palabras se suiciden. (...) Tú, la siempre rebelde, entendías que la rebelión consiste en mirar una rosa/ hasta pulverizarse los ojos. (...)
Ahora las lilas colorean vientos y todavía hay mucho abismo como el que abarcaste, mucha pesadilla en la luz, sombras muertas petrificadas en los muros. (...)
Con ella me voy por los rinconcitos y los bares ocultos, dejándome guiar por Diego Molinas, un joven amigo porteño que cuenta otras historias de dolor, de torturas y asesinatos. De repente una placa nos recuerda al chico y a la chica desaparecidos en esta esquina por la nefasta dictadura de los militares. (...)
He aquí tu ambigua figura Buenos Aires, dolorosa y fugaz, trágica y hermosa, con esa cicatriz que aún te desangra.
       Dejarse ir por esos rinconcitos del “qué sé yo”, de seducción y peligro. Dejarse ir sin queja alguna y decirte: Buenos Aires, eres nostálgica como una zamba, como un tango, una milonga; así te vivimos desde el primer día; así te sigo cantando cuando te abrazo y poseo.

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