Los estribos de Gengis Kan
Por Rubén Darío Flórez*
En
las estepas de Asia Central vivió Gengis Kan. Su dominio se extendía
hasta Mongolia y el Cáucaso. Sus tropas a caballo fueron por el sur de
Rusia y llegaron a Viena. Vivían en hordas, palabra que se transformó en
sonido de guerra, aunque significa casa. La palabra existe en
castellano, evidencia del poder de la leyenda. Gengis Kan adoraba los
caballos. Entonces un hombre era sobre todo un jinete. Vivían, hacían
asambleas, conversaban, dormían a caballo.
La
unidad con el caballo se debió a un invento genial. Permitía al jinete
seguir galopando con las manos libres para arrojar flechas silbantes.
¿Cómo era posible esta amalgama con el caballo? Por el estribo. La
palabra está en todas las lenguas occidentales: Stirrup en inglés,
stremia en ruso, etrier en francés. El estribo fue una revolución en las
comunicaciones y en el arte de la guerra, como el celular. Un hombre a
caballo y estribo era un ser fantástico, invencible.
El
caballo fue símbolo de poder. Cuenta la leyenda que Gengis Kan el
fundador del Estado de Mongolia, había llegado a las montañas del
Cáucaso. Esto lo escuché en un trancón en Moscú. Sin poder movernos -en
medio de la avenida a las ocho de la noche- el taxista del Cáucaso me
habló de caballos en un Mercedes Benz inservible en el trancón. Iusub
contó que estando Gengis Kan de paso en el Cáucaso, con sus imparables
jinetes llevaba un caballo, el más hermoso que existía en el Asia
Central, de crines largas. Era negro como la noche, infatigable, veloz.
Gengis
Kan cabalgaba por horas con los dedos de los pies sostenidos en
equilibro sobre los estribos. La leyenda cuenta que su mirada se quedaba
detenida, inmutable mientras miraba al interlocutor. Era signo de su
majestad. La noche cuando llegó a las montañas, con sus campamentos,
caballos y guerreros, su potro quedó en la caballeriza. En la madrugada
el Gengis Kan quiso el caballo, fueron por él y no estaba. Había sido
robado.
Enviaron
emisarios por la región. Ninguno habló de venganza o retaliación. Las
palabras sobraban si eran los emisarios del Kan quienes exigían el
caballo. Al medio día llegó un muchacho del Cáucaso al campamento. –Sé
dónde está el caballo- dijo. Llevaron al muchacho a donde el Kan.
-
Me enamoré del caballo, quise probar que nadie se daría cuenta cuando
lo tomara. Tenía un sueño montar el caballo de Gengis Kan. Y miró
fijamente a los ojos del príncipe mongol. Todos estaban en vilo. Había
robado el caballo del Gengis Kan, lo había montado, le decía en su cara
lo que había hecho y miraba de frente.
El Gengis Kan, que había derrotado imperios, que estremecía a pueblos en oriente y occidente, estaba frente a un desconocido muchacho que robó su caballo favorito. No le dijo nada y se acercó. Con un gesto tomó del caballo los estribos y se los dio al joven.
El Gengis Kan, que había derrotado imperios, que estremecía a pueblos en oriente y occidente, estaba frente a un desconocido muchacho que robó su caballo favorito. No le dijo nada y se acercó. Con un gesto tomó del caballo los estribos y se los dio al joven.
Dice la leyenda -que contó Iusup en el taxi inmovilizado en medio del trancón- que el muchacho fue soldado de la guardia del Gengis Kan. La leyenda tiene siglos en el Cáucaso.
* Escritor, Ministro Consejero de la Embajada de Colombia en Moscú
Con-fabulación Nº 353 - Colombia