30/9/15

Origen y evolución de la novela hasta el siglo XVIII

 

por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-09-2015 

Donostia-San Sebastián-España

 


Las novelas, esos libros que tanto nos han hecho vibrar a lo largo de nuestra vida, han tenido un largo devenir. Se le considera el más tardío de todos los géneros literarios, puesto que no logró implantarse hasta la Edad Media.
En cuanto a su etimología, proviene de la palabra italiana novella (relato de ficción intermedio entre el cuento y el romanzo o narración extensa); ésta, a su vez, de la forma femenina latina novellus, cuyo significado sería “novedoso”. El término novela, que en tiempos de Cervantes mantuvo su acepción original de “relato breve”, posteriormente servirá para designar la narración extensa (en francés, roman), mientras que el relato breve será denominado novela corta.
El origen de lo que luego denominaremos novela lo encontramos entre los siglos II a.C. y III d.C. en Grecia y Roma, aunque existen, con anterioridad, largos relatos narrativos en verso propios de tradiciones orales como la sumeria y la hindú. Las primeras manifestaciones de muchos de los géneros literarios que más tarde aparecerían en Occidente se dieron en la literatura oriental, en especial, en lengua sánscrita.
El primer texto indio que cabe considerar como precursor de la novela es, quizá, Cuentos de diez príncipes, un romance en prosa de Dandin, escritor en sánscrito de finales del siglo VI d.C. La primera novela psicológica más antigua de la literatura universal y la más importante de la literatura japonesa clásica es el relato Genji Monogatari (siglo XI), de la escritora Murasaki Shikibu.
En Grecia con Homero y en Roma con Virgilio ─autor de la Eneida─ se puede hablar de las primeras ficciones en prosa; la ficción, uno de los ingredientes de la fórmula mágica de la literariedad, ese elemento indispensable que convierte un texto en literatura.
En la época del imperio romano aparecen las inaugurales manifestaciones escritas en latín y dignas de tal nombre son el Satiricón, la primera novela gay de la historia, atribuida a Petronio (siglo I d.C.) y el Asno de oro de Apuleyo (siglo II d.C.), considerada como una de las joyas de la literatura universal.
Pero es en Grecia donde encontramos las primeras narraciones de verdaderas aventuras épicas, como las creadas por Homero (la Iliada y la Odisea) y que dan origen al género. Después de esto, la épica ha evolucionado en dos direcciones. Primero de una forma estructural, puesto que de ser un género narrativo escrito en verso pasó a ser un género escrito en prosa, la novela. Segundo, en cuanto al contenido, ya que deja de centrarse en los mitos y valores del mundo antiguo (el valor, la virtud, el heroísmo) para ser reemplazado por el mundo novelesco, cargado de otros valores (libertad, individualidad, subjetividad).
En definitiva, la unión de la épica y la novela se manifiesta en la representación de un mundo repleto de elementos (ideas, personajes, valores, tipos de mundo, etc.), con una perspectiva temporal que favorece la narración en pasado y cuyo contenido se alimenta de los recuerdos contados y transmitidos por la tradición sobre los héroes legendarios y sus proezas.
Ya desde los griegos nos viene la clasificación de la novela en cuatro tipos básicos: novelas de viajes (Vida y Hazañas de Alejandro de Macedonia de Pseudo-Calístenes), amorosas (Dafnis y Cloe de Longo), satíricas (Satiricón de Petronio o El Asno de oro de Apuleyo) y bizantinas (Historia de Apolonio rey de Tiro).
Llegamos pues a la Edad Media donde podemos encontrar, junto a relatos de novela corta, nuevos modelos de narración extensa, como la novela sentimental y la caballeresca. Esta última surgió con afán de aventuras y como alternativa fantasiosa para aquellos que no podían recorrer la geografía descubriendo aventuras. Los libros de caballerías son las primeras obras puramente novelescas, escritas en prosa y ficcionales.
La narrativa medieval fue poesía épica cantada por los juglares. A partir del siglo XIII se fue creando en Europa la narrativa en prosa. Quizás las tres primeras obras que se pueden llamar novelas aparecieron en España: el Libro de Buen Amor, La Celestina y El Conde de Lucanor, aunque la primera está escrita en verso, y la segunda, escrita en 1499, es de difícil catalogación: ¿obra dramática o novela dialogada?
A comienzos del XVI, aparece uno de los libros más famosos de caballerías: Amadís de Gaula. También germinan otros géneros novelescos a mediados de este mismo siglo como la primera novela pastoril Los siete libros de Diana, publicada en España hacia 1559 que fue, continuación de la novela sentimental; y la primera novela morisca: Historia del Abencerraje y de la hermosa Jarifa (1551). Estas obras, típicamente españolas, narran las peripecias entre cristianos y moros durante la Reconquista.
Pero el género más importante nacido en España, es el picaresco. Se dice que La vida de Lazarillo de Tormes (1554) es el comienzo de una crítica de los valores dominantes y que contiene características de la novela moderna: narra una vida que va haciéndose contada por el propio personaje.
Y finalmente, llegamos a la obra cumbre de la literatura universal. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1615) está considerada como la primera novela moderna, mezclando realismo y ficción para desmitificar la tradición caballeresca mediante un tratamiento burlesco. Y también como la primera novela polifónica, dando voz a distintos narradores que interpretan la realidad desde distintos puntos de vista.
Hasta el siglo XVIII la novela constituye un género literario desprestigiado en todos los aspectos. Aunque el arte de narrar era conocido desde mucho antes, la novela se conceptuaba como frívola, se la consideraba un peligroso elemento de perturbación pasional y de corrupción de las buenas costumbres, cultivada por espíritus inferiores y apreciada por lectores poco exigentes en materia de cultura literaria.
Comienza a afirmarse un nuevo público (nuevos gustos, nuevas exigencias espirituales) y la novela experimenta una metamorfosis y un desarrollo muy profundo. A partir del siglo XVIII se habla de una tradición novelística, se revestirá de nuevas formas, nuevos contenidos…

25/9/15

Borges y la ficción                                        

Luis Rico Chávez

Aunque cause un poco de pena confesarlo, reconozco que raras veces tengo la oportunidad de abandonar el agujero libresco en que vivo recluido. Así que cuando recibo una invitación, como en días pasados, para charlar con un público cautivo, no desaprovecho la oportunidad. Mi entrañable amiga y cómplice Atzimba Mondragón me invitó a su “Abadía” de la Preparatoria 12 de la Universidad de Guadalajara, para hablar sobre Ficciones de Borges. Pretexto más que suficiente para matar varios pájaros de un tiro: en primer lugar, desempolvar una serie de extensas y añejas notas de un autor que cautiva a todo lector de respeto. Compartir la fascinación que una de las obras de mayor genio y brillante imaginación ha despertado en varias generaciones no solo de lectores, sino también de creadores (aquéllos, a fin de cuentas, complemento necesario de éstos). Invitar, sobre todo a los lectores jóvenes, deslumbrados muchas veces por los temas de moda, los cuales solo revelan el cinismo y egoísmo material (poco propicio a los juegos de imaginación borgeanos), a que se acerquen a una obra de un profundo valor humano y por tanto de perdurabilidad más allá del fárrago informativo virtual y de otras viles y turbias naturalezas. Me limitaré a organizar y tratar de dar un poco de coherencia a tales notas, apegado a la sugerencia temática que sirvió de guión para la charla con los bachilleres. Como es natural, no puede sintetizarse a un autor como Borges, por lo tanto pongo entre comillas las citas correspondientes, tomadas del libro Ficciones, obra abordada durante la velada. Por su extensión, divido mis notas en varias partes; esta es la primera entrega.

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El libro de Ficciones incluye El jardín de senderos que se bifurcan (con los cuentos “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares”, “La lotería de Babilonia”, “Examen de la obra de Herbert Quain”, “La biblioteca de Babel”, “El jardín de senderos que se bifurcan”) y Artificios (“Funes el memorioso”, “La forma de la espada”, “Tema del traidor y del héroe”, “La muerte y la brújula”, “El milagro secreto”, “Tres versiones de Judas”, “El fin”, “La secta del Fénix”, “El Sur”).

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¿Por qué el título Ficciones?

Toda literatura es ficción, y toda realidad es susceptible de volverse fantástica, una vez filtrada por el tamiz de la literatura. En particular, los cuentos finales de Artificios (“El fin”, “La secta del Fénix”, “El Sur”) enfatizan este rasgo: bajo un velo de supuesto realismo se cuela el concepto de literatura del autor: la fantasía (la ficción) es un pretexto para reflexionar sobre la realidad.

Todos sus temas (el laberinto, lo circular, la metafísica, la filosofía…) no son más que un viaje de ida y vuelta de la realidad (la vida) a la fantasía (la literatura). La realidad es fantástica, y las especulaciones sobre mundos posibles, sobre fauna, flora, la invención del lenguaje, las reflexiones filosóficas, no son más que otra manera de pensar la realidad.

La ambigüedad de la existencia de Tlön juega con este concepto de ficción: se dan pruebas tanto de la existencia como de la irrealidad del planeta (Orbis Tertius): “Al principio se creyó que Tlön era un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación; ahora se sabe que es un cosmos y las íntimas leyes que lo rigen han sido formuladas, siquiera en modo provisional”; hay “tigres transparentes” y “torres de sangre”. “Tal fue la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real”, cuenta el narrador para enfatizar el flujo de vasos comunicantes de la realidad y la ficción. “De las diversas felicidades que puede ministrar la literatura, la más alta era la invención”.

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Los “cuentos” sobre los cuentos de Ficciones

Sin duda, una de las razones del fanatismo que despierta Borges en cierta clase de lectores (aquellos que se consideran, con arrogancia, por encima de la medianía) se debe a las sugerencias que da sobre “argumentos” de historias. Tal es otra de las muchas virtudes del argentino: la lectura de sus textos despierta, estimula, enriquece la imaginación, a tal grado que mientras lo leemos no dejamos de imaginar un sinfín de historias.

Estas sugerencias narrativas aparecen de manera explícita en el prólogo de “El jardín de senderos que se bifurcan”: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario”.

Al vuelo, podemos pescar frases como la siguiente: “Mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres” (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”). Antes de Adán de Jack London, Avatar y un montón de libros y películas aprovechan este argumento para fascinar al lector-espectador.

“Examen de la obra de Herbert Quain” expone el proyecto de una novela; “El milagro secreto”, de una obra de teatro; al hablar de los sorteos de “La lotería de Babilonia” se sugiere el argumento de un cuento de Ray Bradbury, convertido en película y parodiado por los Simpson: ¿Cómo se alteraría el futuro si, al viajar al pasado, lo afecto con un acto tan insignificante como matar una mariposa?

“El prólogo de Quain prefiere evocar aquel inverso mundo de Bradley, en que la muerte precede al nacimiento y la cicatriz a la herida y la herida al golpe”; “los Hijos de la Tierra, o Autóctonos que, sometidos al influjo de una rotación inversa del cosmos, pasaron de la vejez a la madurez, de la madurez a la niñez, de la niñez a la desaparición y a la nada. También Teopompo, en su Filípica, habla de ciertas frutas boreales que originan en quien las come, el mismo proceso retrógrado. Más interesante es imaginar una inversión en el Tiempo: un estado en el que recordáramos el porvenir e ignoráramos, o apenas presintiéramos, el pasado”: Tales ejemplos, semillas para creativas historias, hacen pensar en el cuento “Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier.

En este mismo cuento se define a los lectores como “una especie ya extinta”, pues todos son escritores “en potencia o en acto” (“imperfectos escritores”); para ellos Quain redacta relatos que “prefigura o promete un buen argumento, voluntariamente frustrado por el autor”. Borges, convirtiéndose en blanco de su propia ironía, señala que comete “la ingenuidad” de extraer de aquí “Las ruinas circulares”. “El lector, distraído por la vanidad, cree haberlos inventado” (eso es lo que pasa con sus malos imitadores).

En otra parte (“La biblioteca de Babel”, un universo de libros infinitos) leo: “Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita”. Esta imagen me trajo a la memoria un cuento de Bradbury, de unos astronautas a la deriva en el espacio oscuro e infinito; vagarán hasta que cesen sus funciones vitales, muertos de inanición o de sed o de quién sabe qué otra muerte espantosa e inimaginable.

“Yo he visto dos [vindicaciones] que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias”; al traducir parte de la novela del abuelo del narrador de “El jardín de senderos que se bifurcan” se mencionan dos historias análogas, de un ejército victorioso, en el que solo se modifican algunas circunstancias, es decir, más argumentos para el escritor estéril, desesperado por hallar historias para narrar.

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Delimitación de la literatura fantástica

Difícilmente podrá conseguirse este propósito (la delimitación). Nos enfrentamos al problema de los géneros, el cual, por definición, es complicado y casi imposible de dilucidar. Los críticos nunca se han puesto de acuerdo (y nunca lo harán). Más bien me sugieren un sinnúmero de interrogantes: ¿Por qué, por ejemplo, en su Antología de literatura fantástica Borges incluye un cuento realista de Saki? ¿Es más fantástico “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” que “El Sur”? ¿Qué diferencia hay entre un relato netamente fantástico y otro de tono realista que solo de manera incidental incluye un elemento fantástico? Otro aspecto que dificulta la cuestión: distinguir, diferenciar los conceptos de “ficción” y “fantástico”: ¿un cuento que incluye elementos como el sueño es fantástico aunque el sueño se genera en el cerebro de un sujeto? ¿El enfoque metafísico o esotérico, temas de Borges en cuentos “realistas”, no es fantástico por sí mismo? Según ciertas percepciones, ¿la intervención de una divinidad no pertenece al reino de lo fantástico?

Fuente: Revista Ágora número 11 - Guadalajara, México