27/5/16

La inspiración y el estilo

por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz
Donostia-San Sebastián-España


Nos hemos atrevido a profundizar en el escritor Juan Benet (1927-1993). Sobre este “autor por horas” ―como él se autodefinía― que escribió tanto y que cultivó diferentes géneros (novela, relatos, ensayo, teatro…) existen miles de artículos, entrevistas… Pero tal vez no se conozca su afición a la pintura, su personalidad, su estilo singular… sepan que su nombre debe pronunciarse con el acento en la segunda ′e′. Y, por qué no decirlo, sus metáforas rebuscadas, su dificultad, su aridez y su complejidad de pensamiento.

Juan Benet era ingeniero (“una profesión noble, no como otras”, en su opinión) y tenía fama de antipático―aunque Javier Marías decía de él que “era el hombre más gracioso y encantador de la tierra”―. Pero aquí nos vamos a ocupar de su faceta de escritor, o más precisamente de ensayista literario con el libro que publicó en 1965 La inspiración y el estilo. Pensamos que para conocer a un escritor hay que leerle. De ahí que nos hayamos limitado a extraer fragmentos donde define y comenta estos dos pilares de la escritura.

El estilo proporciona el estado de gracia; a falta de otro término más específico es preciso buscar en el estilo esa región del espíritu que se ve en la necesidad de subrogar sus funciones para proporcionar al escritor una vía evidente de conocimiento que le faculte para una descripción cabal del mundo y que sea capaz de suministrar cualquier género de respuesta a las preguntas que en otra ocasión el escritor elevaba a la divinidad.

Lo que se acostumbra a llamar un estilo suele tener una raíz popular. Pero el estilo muere de viejo, alejado del pueblo. Su momento de mayor gloria coincide con frecuencia con su máximo alejamiento de las fuentes populares de donde nació.

En cambio el grand style es único: el mismo para el dios que para el aventurero; para que un pastor se dirija a un rey y se entienda con él sin necesidad de que el monarca descienda de su sitial. Puede que esa singular y elevada monotonía del estilo no tenga su origen también en el libro que más influencia ha tenido en la formación de todas las épocas nacionales: la Biblia. El mismo Nietzsche lo dijo: El gran estilo nace allí donde la belleza triunfa sobre lo monstruoso.

En nuestro país el gran estilo se define en la vaguedad, torpeza y falta de precisión. En Inglaterra, Italia o Francia ese estilo no falla nunca. En España ninguno de los grandes clásicos coincide en el tiempo o en la acción con ese gran estilo al que, por despecho o repugnancia, han renunciado voluntariamente para echarse en brazos del casticismo. Es cierto que en nuestra literatura no falta ese énfasis que tan cómodamente se confunde con la grandeza.

Estoy convencido de que una obra no puede contar con otro abogado defensor que con sus valores literarios, su estilo. Muchas novelas han dejado de interesar porque no tienen estilo, porque el estilo es, en parte, una manera cualitativa de conocer. No supieron dar a la información un valor permanente que mantenga el interés una vez que aquella había perdido actualidad. Nunca se dejará de leer Moby Dick porque lo que Melville dijo sobre el tema no dejará nunca de tener interés gracias a la forma que le dijo. Por tanto uno de los grandes temas del problema del estilo es que la cosa literaria sólo puede tener interés por el estilo, nunca por el asunto. El interés no puede radicar en la información en sí, sino en aquel estilo narrativo que haga permanentemente interesante un conocimiento que ha dejado de tener actualidad. El estilo no es más que un esfuerzo del escritor por superar el interés extrínseco de la información para extraer de ella su naturaleza caediza y confeccionarle otra perdurable.

El escritor que inició su carrera con los comentarios de actualidad llega en un momento a descubrir que se ha hecho poseedor de un estilo, es capaz de tocar cualquier futilidad para interesar al público. En definitiva, el estilo es un instrumento con el que puede acercarse a cualquier cosa para descubrir y extraer su interés.

La madurez supone casi siempre un estilo porque es el estado que comienza con la decisión de abandonar la búsqueda del vacío para dedicarse al pulimento de la herramienta (publicó su primera novela —tras ser rechazada por varias editoriales y varias veces reescrita— con cuarenta años). Durante los años de aprendizaje es la obra quien tira del escritor remolón para arrastrarle hacia su deber. En la madurez, es el escritor quien tira de la obra.

Una de las cosas que a la larga le suele sentar peor a una prosa es la innovación. Una cosa es renovarse, hacer que una cosa sea nueva siendo la misma y otra muy distinta es innovarse, alcanzar la novedad marcando las diferencias.

Los escritores griegos de la época helenística solían designar la inspiración con el término entusiasmo, con esto querían indicar que tenía una raíz divina. Es el regalo que los dioses entregan al hombre para ayudarle a conocerlos, ensalzarlos y temerlos. Así el escritor inspirado (entusiasta o endiosado) es quien por disponer de una visión más amplia que la usual es capaz de describir y ensalzar el mundo con más precisión, generalidad y firmeza que los hombres dedicados al estudio.

Haciendo uso de la analogía de la gracia es preciso concluir que el soplo divino sólo lo recibe el escritor que se halla en estado de gracia, un estado transpuesto que al tiempo que le despierta una sensibilidad y una receptividad hacia el mensaje de las alturas le embarga un cierto número de facultades que se demuestran innecesarias en ese acto.

Una composición lírica es la única obra literaria vigente en el momento actual que puede ser totalmente inspirada o derivada en su totalidad de un dictado de la inspiración. Hasta el Romanticismo o la Ilustración no se puso nunca en duda la existencia de una fuente de conocimientos y bellezas que acudía en socorro del poeta para mitigar los rigores de su carrera.

El escritor judío no tiene ni que investigar ni que novelar; es el puro narrador y su función única es la de cantar la gloria y el poder de Dios; y quiso dar a su libro el carácter de crónica verídica para atraer la atención, la fe y la credulidad del lector. Por esto el Antiguo Testamento tiene una sola intención, un único estilo y una única fuente de inspiración.

El contenido, las fábulas son un ejemplo de una inspiración dictada por una creencia, ceñida a un estilo insoslayable y limitado a una estricta concepción del universo que es la base del estado judío y de su legislación.

En la prosa sagrada es muy raro que un pasaje bíblico comience con “Una tarde…”. Estas dos palabras no prefiguran un estilo, pero sí adelantan un modo narrativo. Y es que de ellas arranca un estilo que tiende a la ficción frente a “Y aconteció…” que se corresponde con una intención dogmática y una voluntad histórica. El empleo del artículo indefinido de “Una tarde…” lleva a adueñarse del tiempo, de aquella tarde que por ser una entre millones no tiene una configuración propia, por lo tanto, al ser extraída del conjunto innominado e infechado pasa a pertenecerle en toda su extensión.

Hemos querido finalizar con una cita del autor que recoge sus dos facetas en las que se sustentó su vida: “Yo ocupo un tiempo actuando como ingeniero y jugando como escritor. Y, si bien parece que he alcanzado en el ejercicio de la profesión ingenieril un grado satisfactorio de madurez que me permite vivir gracias a ello, no puedo por menos de pensar que en cuanto a escritor nunca dejaré de ser irresponsable”.

ser
escritor

13/5/16

RESCATANDO A LUBICZ MILOSZ        
POESÍA Y PENSAMIENTO    

Por Héctor J.Freire  (Buenos Aires - Argentina)

hectorfreire@elpsicoanalitico.com.ar
A la memoria del poeta y traductor Lysandro Z.D.Galtier

"Sóplame la palabra envuelta de sol, la palabra
grávida de cólera de este peligroso tiempo."

O.W. de Lubicz Milosz



  
                                                                         


Oscar Wladislas de Lubicz Milosz nació el 29 de mayo de 1877 en Cereja, dominio de Mehilev perteneciente a su familia desde el siglo XVIII, en la Lituania histórica. Los Milosz (cuyos nombres heráldicos son: Lubicz-Bozawola, quiere decir “Voluntad de Dios”), y se remontan al siglo XIII. Estas tierras legendarias, que la revolución rusa del año 1917 y las particiones territoriales del 19 habrían de arrancarle para siempre.

El padre del poeta fue un hombre de una inteligencia vivaz y  “trastornada”; despótico, caballeresco, generoso, violento y romántico a la vez. Antiguo oficial de un regimiento de la Guardia que abandonó tempranamente el ejército para explorar las selvas africanas y dedicarse luego, sucesivamente, a la alquimia y a la aeronáutica.

La infancia de Milosz en el espacioso castillo de sus antepasados, está encuadrado entre un preceptor y una gobernanta. Sólo los domingos y a la hora del almuerzo, se le permitía a Milosz ver a sus padres; e inevitablemente, cuando esa fecha llegaba, su sola presencia en el amplio comedor provocaba las iras del padre y las réplicas hostiles de la madre.

Es tal la exasperación y tan amargo el sinsabor que aquellas escenas dramáticas le deparan que, en 1909 y ya en París, a raíz de una discusión con su padre, Milosz intenta suicidarse de un tiro de revólver. Entre ese padre tiránico y esa madre siempre azorada, el poeta creció en un clima de constante estupor, parecido al sueño.

A la edad de 11 años sus padres lo llevaron a París y lo inscriben en el Liceo de Janson de Sailly, donde termina sus estudios superiores obteniendo la gran medalla de plata de la Alianza Francesa. En 1896 ingresa en la Escuela de Lenguas Orientales y en la Escuela del Louvre, donde estudia, durante tres años, la epigrafía hebraica, aramea y asiria, bajo la dirección del célebre traductor de la Biblia, el profesor Eugene Ledrain. Entre 1902 y 1906 pasa una temporada en sus tierras de la Rusia Blanca para regresar luego a París.

Muertos sus padres, y poseedor de una cuantiosa pero efímera fortuna, se consagra durante varios años a realizar viajes de estudios filosóficos y literarios en Alemania, Rusia, Polonia, Inglaterra, Austria, Italia, España y en el norte de Africa.
En 1916 entra en la Oficina de Estudios Diplomáticos dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores. En 1918 es designado para llenar las funciones de redactor diplomático de la delegación lituana en la Conferencia de la Paz. En 1919 es destacado como representante diplomático de Lituania en París, cargo que desempeña hasta su muerte.

En 1931 se naturaliza francés. Ese mismo año se le otorga la Cruz de la Legión de Honor de Francia y poco más tarde es condecorado por su país con el título de Gran Oficial de la Orden del Gran Duque de Gediminas.
Su obra múltiple y diversa, sustenta una calidad y densidad interior siempre extraordinaria. Comprende, entre 1899 y 1938, unos treinta títulos, entre los que se destacan:

 Las siete soledades (1906)Los elementos (1911)Miguel de Mañara (1912)obra de teatro, misterio en seis cuadros. – Mefiboset (1913)tragedia bíblica en tres actos. – Poemas (1915) – Adramandoni (1918) – La confesión de Lemuel (1922)Los libros de poemas metafísicos: Ars Magna (1924) – Los Arcanos (1917), y los de ensayo Los orígenes ibéricos del pueblo judío (1932) – Las claves del Apocalypsis (1938).

Milosz pertenece a esa categoría de hombres y de poetas como Proust, Rilke, Pessoa o Machado, seres que en cierto modo sobreviven a su expresión y la sobrepujan. Figuras en quienes se encarna una realidad ignorada. Una especie de “milagro” une sus personas, sus vidas, su presencia y lo que hay de más sutil y de más extraño en sus obras. Son algo más que poetas: se diría que son la revelación misma de la poesía.

Milosz fue un verdadero precursor, uno de los iniciadores y propulsores del movimiento literario que erigió a Apollinaire en jefe de escuela. Más de un eco de ese acento inalienable, de su tono, resuena en los poemas del autor de Alcoholes. Sus meditaciones y pensamientos, esencialmente metafísicos sobre el movimiento, lo conducen, poco antes de 1916, al descubrimiento de la ley espiritual y física de la relatividad universal. “Al descubrimiento de la materialidad del espacio vuelto sinónimo de relación de los móviles”, adelantándose así a la revelación que hiciera un año más tarde el genio de Einstein.

Desde 1927 Milosz no ha de escribir más poemas. No obstante lo cual, a fines de 1936, da a conocer un último texto: “Salmo de la estrella del amanecer”, traducido por primer vez en la Argentina, por Lysandro Galtier.

Consagrado desde su juventud a la exégesis, a la filología y a la prehistoria, Milosz se entregó de lleno durante sus últimos años a la “construcción” de un puente entre lo visible y lo invisible. En este sentido, Milosz es uno de los grandes solitarios del arte, que a través del camino de la soledad permaneció fiel a la “ley de la luz”. Recorrió el mismo camino transitado antes por poetas-filósofos-visionarios como: Pitágoras, Dante, Novalis, Hoelderlin, Swedenborg o Blake. Y como ellos, supo que hay mucho más de lo que sospechan nuestros sentidos. Al decir de Adolfo de Obieta “toda su obra es la de un lúcido hijo del misterio”.

Milosz murió de un ataque de angina al pecho en su retiro de la rue Chateubriand, al promediar la noche del 2 de marzo de 1939. Sus restos fueron inhumados en el cementerio de Fontainebleau. Así lo recordó Galtier, miembro fundador de la “Association Les Amis de Milosz”, en el artículo “Reencuentro con Milosz en Fontainebleau”, publicado en el Diario La Nación el 11 de agosto de 1957: “....La casa donde murió Milosz está actualmente cerrada. Los que compraron ese inmueble no han vuelto. Y quizás es mejor que así sea. Un grave silencio la habita, sin embargo. Yo he tirado de su llamador para decir ¡presente! a sus fantasmas, y el alambre gastado del llamador, al romperse, hizo que éste quedara en mi mano. Es sólo un tosco llamador de hierro forjado..... Yo lo he traído conmigo y cuando lo tomo entre mis dedos siento que la mano de Milosz está en la mía.”

El mundo que describe Milosz en la mayoría de sus poemas, es un mundo donde el hombre no es ya el solitario sino la soledad, ni el abandonado sino el abandono, ni el condenado, sino la condenación. Así en su “Sinfonía de Septiembre” nos dirá:

“¡Bienvenida seas, oh tú, que el eco de mis propios pasos,
desde el fondo del oscuro y frío corredor del tiempo,
sales a mi encuentro!
¡Bienvenida seas, soledad, madre mía!

Soledad-Madre, una hipótesis deslumbrante que Novalis y Rilke no hubiesen desechado. Y como uno de los tantos “poetas de Dios”, Milosz –según expresó en su “Canto del Conocimiento”-, veíael mundo de los arquetipos y los describía a través de la palabra poética: “la palabra envuelta de sol”, precisa y luminosa del lenguaje del pensamiento.

Milosz, confería a la imagen poética, en su realidad específica, un dinamismo que proviene de una ontología propia. Las imágenes poéticas que creó Milosz, nos dan siempre un tono exacto y la medida propia de su ser. Así adquiere sentido la ambición afirmada del poeta de reconciliar el arte, la filosofía y la religión con la ciencia. Al respecto cabría señalar que el movimiento general de la poesía francesa durante el siglo pasado puede verse como una rebelión contra la versificación tradicional silábica. Esa rebelión coincide con la búsqueda del principio dual que rige al universo y a la poesía: la analogía.

Lo que el crítico Jean Bellemin – Noël llamó: Milosz y “el demonio de la analogía”. No olvidemos que la historia de la poesía moderna es una sorprendente confirmación del principio analógico.

El poema es un sistema de equivalencias, como ha dicho Roman Jakobson: rimas y aliteraciones que son ecos, ritmos que son juegos de reflejos, identidad de las metáforas y comparaciones. En la poesía de Milosz la analogía concibe al mundo como ritmo, y todo se corresponde porque todo es esencialmente ritmo. La analogía como una sintaxis cósmica: si el universo es un texto o tejido de signos, la rotación de esos signos está regida por el ritmo.

El mundo es un poema nos dice Octavio Paz, y a su vez, el poema es un mundo de ritmos, pensamientos y símbolos.
Correspondencia y analogía no son sino nombres del ritmo universal.

Tanto lo visible como la literatura son infinitos. El estilo es visión. En la filosofía y en la literatura, las “ideas” crecen lateralmente, brotando de raíces ocultas. Una obra literaria lograda significará que nada puede ser como era antes. Como la metafísica (y Rilke), nos manda cambiar nuestra vida. El arte nos enseña la más enigmática de las propuestas: el hombre es una cuestión para el propio Dios. De esa cuestión no somos nosotros los dueños. Comenta George Steiner, en su libro de ensayo La poesía del Pensamiento (del helenismo a Celan).
Lo cierto es que el poeta del pensamiento Milosz y el físico-matemático Einstein, por distintos caminos, estaban preocupados por “el secreto de la cosa”. Es así que el mismo Einstein declararía luego que “ningún camino lógico conduce al descubrimiento de las leyes elementales, y que solamente hay el camino de la analogía, ayudado por el sentimiento de un orden que yace detrás de la apariencia”.

El pensamiento y la analogía, en la poesía de Milosz, vuelve habitable al mundo. A la contingencia natural y al accidente opone la regularidad; a la diferencia y la separación, la semejanza. En su poesía de pensamiento, la analogía sería el puente verbal que permite al poeta, sin suprimirlas, reconciliar las diferencias y las supuestas oposiciones. Esta concepción, supone que la analogía es el efecto de una acción voluntaria del espíritu, como si el “verdadero poeta”, al considerar indispensable una comparación en un momento dado de su discurso, buscara en la serie virtual de comparables el que le conviene. Así adquiere sentido, el tratamiento especial que Milosz da a conceptos tales como “imagen”, “símbolo”, “metáfora”, “correspondencias”, “conocimiento” y “pensamiento”, así como las consecuencias de esa actitud en el campo de su escritura poética. Analogía sobre la que se basan los conceptos expuestos en sus poemas “metafísicos”, articulados con una teoría poética: como la suma entre el nivel filosófico y el nivel literario. Milosz autoriza esa “operatoria” cuando afirma en su gran poema Cántico del Conocimiento (1918), con el que inaugura sus preocupaciones filosófico-poéticas, que algunos “sustantivos no son ni los hermanos ni los hijos sino los padres de los objetos sensibles”.Hay pues un doble registro de signos: el que relaciona nuestro lenguaje corriente con lo que por comodidad llamamos “lo real” (real ilusorio, fenomenismo, como lo llama Milosz) y el que en el más allá de este mundo fenoménico convertido en signos, vincula la apariencia material a un “proto-lenguaje” (que en cierto modo para Milosz, sería “la palabra de Dios”, la palabra poética).

Ambos lenguajes se relacionan el uno con el otro por medio de un “referente” pero que es todo lo contrario de un absoluto: ya que Milosz pretende instaurar un verdadero pensamiento poético de la Relatividad. En este sentido, recupera el vocabulario de Swedenborgpara relacionar un mundo “celeste”, un mundo “espiritual” y un mundo “natural”. Esta construcción, facilita el establecimiento de juegos y correspondencias entre los distintos niveles de significación. No es casual que las palabras claves del pensamiento de Milosz sean: Lugar, Movimiento, es decir Relación y Nada (que no tiene que ver con el vacío, que es anterior a la noción misma de espacio). Etimológicamente, aná/logo significa: lo que se obtiene remontándose al “logos” es decir al motivo, al patrón, al modelo. A Los Arcanos (1927), en el decir poético de Milosz.

En este sentido, el poeta Raúl Gustavo Aguirre señalaba a propósito de Heráclito que no resulta fácil discernir entre lo poético y lo filosófico y se preguntaba si “no será, acaso, una señal de que (…) la poesía está volviendo a los orígenes, allí donde el lenguaje de la belleza, el de la verdad y el de lo sagrado son uno solo”. [*]
La analogía es la ciencia de las correspondencias, su principio poético. Incluso, el “pensamiento analógico poético” podría describirse entonces como la estrategia (la astucia) de Milosz para con la trascendencia. El recurso de la poesía para enfrentarse a la alteridad. Dentro de este esquema, escribir un poema es descifrar al universo sólo para cifrarlo de nuevo.  El juego propuesto por Milosz es infinito: el lector repite el gesto del poeta: la lectura es una traducción que convierte al poema del poeta en el poema del lector.

De ahí que el “pedido poético” con que abre este doble recordatorio, al poeta Milosz y a Lysandro Galtier, su traductor, también sea el nuestro:

                 sóplame la palabra envuelta de sol, la palabra
                  grávida de cólera de este peligroso tiempo”.


[*] Osvaldo Picardo, Poesía de Pensamiento (Palabras e ideas), ensayo preliminar al libro Poesía de Pensamiento. Una antología de Poesía Argentina. Ediciones Endymion, Madrid, 2015.

Dos poemas en traducción de Lysandro Z.D. Galtier

DESPERTAR
En un país de infancia recuperada entre lágrimas,
En una ciudad con latidos de corazones muertos
(todo un arrullador surco de latidos de latidos de vuelo,
De latidos de alas de los pájaros de la muerte;
De chapaleos de alas negras sobre el agua de muerte),
En un pasado fuera del tiempo, enfermo de arrobamiento,
Los gratos ojos dolidos del amor arden todavía
Con un fuego manso de mineral rojizo, con un triste encanto,
En un país de infancia recuperada entre lágrimas….
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.
¿Por qué me has sonreído en la gastada luz,
Y por qué y cómo me has reconocido,
Extraña muchachita de angélicos párpados,
De reidores, azulados, suspirantes párpados,
Hiedra de noche estival sobre la luna de las piedras?
¿Y por qué y cómo, no habiendo jamás entrevisto
Ni mi rostro ni mi duelo, ni la miseria de los días,
Me has reconocido tan de pronto,
Cálida, musical, brumosa, pálida, amada?
¿Por quién morir en la noche inmensa de tus párpados?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.
¿Qué palabras, qué músicas terriblemente caducas
Se estremecen en mí con tu presencia irreal,
Sombría paloma de los días lejanos, tibia, bella?
¿Qué músicas en eso se estremecen durante el sueño?
¿Bajo cuáles frondas de soledumbre antiquísima,
En qué silencio, en qué melodía o en qué
Voz de niño enfermo volver a encontrarte, oh bella,
Oh casta, oh música escuchada en el sueño?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.


CUANDO ELLA LLEGUE…
Cuando ella llegue, ¿habrá gris o verde en sus ojos,
Verde o gris en el río?
La hora será nueva en este porvenir tan viejo,
Nueva pero tan poco novedosa… ¡Antiguas horas en las que se ha dicho todo, visto
Todo, soñado todo:
No os imagináis cómo os compadezco…!
Habrá entonces otro hoy y ruidos de ciudad
Tal como los de hoy y siempre – ¡duras experiencias!-
Y olores –según la estación- de septiembre o de abril.
Y un falso cielo, y nubes sobre el río.
Y palabras –según la ocasión alegres o sollozantes
Bajo cielos que se regocijan o que lluevan,
Porque nosotros habremos vivido y simulado
-¡ay!- ¡tanto y tanto
Cuando ella llegue con sus ojos de lluvia sobre el río!
Y habrá también (voz del hastío, risa de la impotencia)
El viejo, el estéril, el seco momento presente,
Pulsación de una eternidad hermana del silencio;
El momento presente, tal como este momento.
Ayer, hace diez años, hoy, dentro de un mes,
Horribles expresiones, pensamientos muertos,
Pero, ¡qué importa!
Bebe, duerme, muere, es preciso liberarse de sí mismo
De una u otra manera…

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