19/1/13

La Idea del Lunes

                                                                             por Reynaldo García Blanco

El acto escritural se agota. Convencidos ya de que los discursos que hoy se acumulan acaban por matar la inspiración, a los que ofician con las palabras no les queda más remedio que buscar otros cotos para la creación. Como un guerrero que busca su propio despojo en el campo de batalla donde ha perdido uno de sus combates, el poeta ha de levantarse como Lázaro y caminar por un sendero que ha de tener tantos tropiezos como los de sus progenitores.

Como esas papeleras de reciclaje que terminan por colapsar, la poesía asiste a estertores y pataleos solamente existentes en aquellos días de crisis por guerras mundiales. Aunque los tiempos no han cambiado mucho, las dificultades han llegado por diferentes vías que nos llevan a la percepción de lo que pudiera llamarse géneros híbridos.
Los menos apocalípticos van a Francis Ponge: El amor a las palabras es de alguna manera necesario entonces para el goce de las cosas. En el otro extremo hacen barricadas los que apuestan por el braille, por el eterno vacío pascaliano, por la vasectomía gramatical. Ha de volver el péndulo que todo lo arrastra y la poesía tribuna, la poesía pancarta, la poesía gutural de garrote y sentencia, brote sola y con esplendor.


Hace muy poco en uno de esos espacios de dialogar de la nada y de lo profundo escuchaba este cuento Zen: Na-in, un maestro japonés de la era Meiji (1868-1912),  recibió cierto día la visita de un erudito, profesor en la Universidad, que venía a informarse acerca del Zen. Na-in sirvió el té. Colmó hasta el borde la taza de su huésped, y entonces en vez de detenerse, siguió vertiendo té sobre ella con toda naturalidad. El erudito contemplaba absorto la escena hasta que al fin no pudo contenerse más: “Está llena hasta los topes. No siga, por favor”.
Como esta taza —dijo entonces Na-in, está tú, lleno de tus propias opiniones y especulaciones. ¿Cómo podría enseñarte lo que es el Zen a menos que vacíes primero la taza?
Historia que me parece muy ilustrativa para los efectos poéticos de hoy. La palabra arrasada por ella misma se agolpa en los predios del poema. La espiración, los espacios en blanco, el silencio, la topografía (y no tipografía) sino el terreno movedizo en que se mueve el texto... todos ellos piden una presencia, sea verbal, sea mental, sea fisiológica. Oportunidad única para que el poema sea cuerpo, sea animal crucificado o simplemente un algo que respira, jadea, tiene orgasmo y fertiliza en algunas ocasiones. 


El acto escritural se agota y hay que explorar todos los soportes posibles para que el poema entable el canto o lo que nos rodea, a esos gestos, frases, acciones cotidianas que encierran en sí misma el poema que vendrá. Esa fecha, como el futuro, puede durar mucho tiempo. Pero vale la advertencia: El acto escritural se agota. Salvarlo puede ser una buena idea. Dejar que se destruya puede ser una manera de resurrección.


-Del boletín “Ideas”, publicación del Centro de Promoción Literaria "José Soler Puig", Santiago de Cuba. II época, Nº 74.
 

No hay comentarios: