Lima: "como quien pela una fruta"
De LA CIUDAD DEL POETA
Por Carlos Fajardo Fajardo
Lima
gris, bárbara, seductora; Lima de bruma y mar, costera y bien andina.
Allí su Plaza Mayor, allá su híbrido barrio de Barranco; he aquí el
centro de la ciudad desordenado y bullicioso, la extensa alameda y sus
canciones. Los días de Chabuca Granda ya pasaron, ahora queda el mito,
el sueño, sólo el sueño.
En Lima, Carlos Oquendo de Amat me esperaba con sus 5 metros de poemas. Tuve la fortuna de toparme con él en la Librería Ibero, en una calle del Barrio Miraflores. Me habló de sus 5 metros de poemas:
—Fue el
único libro de poemas que escribí. Tenía 19 años y una mujer parecida a
un canto. Lo publiqué en el 27. Luego me dediqué a liberar a mi pueblo,
a luchar por el socialismo, su destino. En vida fui torturado,
encerrado en oscuros calabozos, desterrado de mi patria pobre. Adquirí
la tuberculosis en la prisión de El Frontón. Viajé deportado hacia Costa
Rica, México, Francia, hasta que no resistí más y en el hospital de
Navacerrada de Madrid cesaron mis horrores un 6 de marzo del año 36.
Vaya ironía. Mi libro ahora se lee, se estudia, se nombra.
—Si quiere conocer a Lima, me insinuó, recórrala como leyendo un libro, es decir como quien pela una fruta. Así deseo también que lea mis 5 metros de poemas, donde mi palabra es primitiva como la lluvia o como los himnos.
Caminamos
y conversamos un buen rato, tanto que me acompañó hasta mi casa del
amor y se ha quedado el sinvergüenza a vivir en ella.
Luego
vi el mar, el extraño mar de este sur andino. Se diría que Lima no es
nada marina, más bien respira un espíritu andino. De manera que su mar
es ornamental; se está físicamente frente a él, pero espiritualmente en
la montaña. Qué extraña es Lima: ciudad costera andina.
Por
la Avenida Abancay mi mujer y yo tomamos un microbús hacia el centro de
la ciudad. Fuimos testigos de los ritos que se ejercitan debido a la
pobreza en nuestras ciudades latinoamericanas: el grito de un hombre en
la puerta del micro anunciando las rutas, y de tanto en tanto vendedores
ofreciendo sus confites. Afuera las calles rodaban como piedras de
loco. Contrastes de contrastes. Entre el caos vehicular y la gritería,
descubrimos el silencio en el barroquismo de la Iglesia de la Merced, y
en la sobrecogedora Plaza Mayor, abarrotada de turistas, vimos pasearse
el hambre, la miseria de una gran parte de este pueblo milenario. En la
noche, la casa de Chabuca y las calles de Barranco convertidas en
barrio-museo para despistados viajeros.
He
aquí a Lima con su garúa; la que rodeada de mar canta a la montaña.
Bajo la llama del sol esperamos a que nos acogiera su delirante
recuerdo. Escuchamos la ciudad. Hojas caían de los árboles. Detenidos en
las calles, buscamos palabras para nombrar esta tierra de cultura
profunda donde aún se siente un fuerte poderío. Sur del Sur. Ciudad Inca
donde se quedó mucho de nosotros. Recordamos al grande de Oquendo, sus
amorosos versos: Tu nombre viene lento como las músicas humildes y de tus manos vuelan palomas blancas. Mi recuerdo te viste de blanco.
Ah,
Lima, déjanos al menos encontrarte en tu incaica memoria; déjanos tus
ojos para ver mejor los duros y antiguos caminos; regálanos tus
ancestrales y múltiples rostros; danos tus pupilas para llegar a contar
lo que hemos visto a través de ti.
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